"La Tempestad" de William Shakespeare
Se ha estrenado en Madrid la versión de Helena Pimienta y se representa en el teatro Albéniz hasta el 3 de abril.
El valor de llevar al Shakespeare al castellano de hoy es ya una cosa bastante difícil de hacer. Lo digo porque el autor -imagino- no diría tantas banalidades como se dicen en esta obra en nuestro idioma. La puesta en escena es espectacular y fría porque la historia se desarrolla en una isla. Los actores en grupo naufragan. Ramón Barea salva los papeles por su larguísimo y complicado texto, aunque a veces mira al infinito pensando angustiadamente los próximos diez minutos de monólogo que le quedan por interpretar, ademas de la visión nocturna que debe llevar ya que casi se asoma hasta el patio de butacas. Pero la historia no llega hasta ahí abajo, se queda entres las tablas. Su hora y 50 minutos en ocasiones se hace muy dura.
Me pregunto qué pasa con Shakespeare en castellano. La versión fallida que vimos este verano con Eusebio Poncela - actor principal- en Hamlet fue un aviso para navegantes deseosos de afrontar retos tan complicados. Ya lo dice el maestro Haro Teglen es difícil subir las ambiciones al escenario. Si la vida es sueño, y estamos hechos de la misma materia que los sueños, la vida que representa la compañía UR teatro Antzerkia, es una pesadilla.
No hay sensaciones, no hay transmisión. No nos introduce en su mundo, nos deja en las butacas languideciendo. La dirección en algunos pasajes de la obra de esta versión es mala. Hay escenas gratuitas y chabacanas. El momento del trío de frikis intentando llegar al poder es increíblemente larga y esta torpemente dirigida, en este caso en exceso. El texto no es actual ni clásico, es un popurrí que los actores solventan como pueden. La dirección escénica en ocasiones falta, la soledad de los náufragos los convierte en una reunión de personajes perdidos en el escenario. Se mueven y recitan.
Hagan una prueba, pueden cerrar los ojos, escuchar las actuaciones y cuando los vuelvan abrir los actores estarán en el mismo sitio, luchando con su texto. Una buena oportunidad para conocer al autor inglés, otra más para alejarnos del teatro.
El esfuerzo que hacen los actores es titánico y más aún con ese capricho de programar dos funciones en una tarde. Es inhumano, el actor es un artista no un prestidigitador .
No se qué pasa con Shakespeare en castellano pero nadie acierta a transmitir lo que lleva dentro. Pobres Calderón, Cervantes y Lope en inglés. Sólo recuerdo un "Otelo" en un Verano de la Villa en el Templo de Debód en Madrid, estupendo, pero de esto ya hace años.
Intentaremos reconciliarnos con el autor inglés en otro momento. Esta Tempestad ha sido fallida.
Por Nacho Fernández.
'La tempestad' CRÍTICA: Mas acá de Shakespeare
EDUARDO HARO TECGLEN
EL PAÍS - Espectáculos - 02-03-2005
La tempestad de William Shakespeare. Intérpretes: Álex Angulo, Ramón Barea, Jorge Basanta, Jesús Berenguer, Jacobo Dicenta, Jorge Muñoz, Vicente Díez, Mikel Losada, Concha Milla, Pietro Olivera, José Tomé, Fernando Ustarroz. Escenografía y vestuario: José Tomé. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Sonido: Eduardo Vasco. Versión y dirección: Helena Pimenta. Teatro Albéniz. Madrid.
Shakespeare fue el autor absoluto de teatro: prosista como poeta, ideólogo, creador de personajes, irónico, inventor de situaciones. Cada una de sus obras está completa, y tiene naturalmente defectos que podrían hallarse por debajo de sus textos. Es costumbre desde el siglo pasado que los grandes textos puedan estar sometidos a formas de ser representados, como los de cualquiera de los grandes. Se habla de "lecturas": cada obra puede tener diferentes lecturas, se decía entonces; ahora, además, es prácticamente habitual que la lectura que hace alguien se represente con preferencia al texto completo, pero conservando todo o parte de lo escrito. Decorados, trajes, movimientos, tópicos actuales, maneras de decir, desbordan lo que concibió el autor: pero se conserva el título y el glorioso nombre como garantía y como atracción para el público y generalmente para los escolares, que si no leen o ven otra versión tendrán una idea equivocada de ese fragmento de historia literaria. Helena Pimenta, directora de escena muy acreditada, que ha hecho grandes creaciones, acaba de tratar así a Cervantes, en La entretenida, por la Compañía Nacional de Teatro Clásico, y ahora en La tempestad, en el teatro Albéniz de la Comunidad de Madrid.
No culpo a esta grata persona del desvarío que hay en estas obras, sino a esa costumbre y al amparo que suele recibir en nombre de una cierta libertad de apreciación; simplemente lo advierto a los espectadores posibles: el texto abreviado es poco comprensible porque se ha cuidado menos la declamación que los efectos visuales, y éstos consisten sobre todo en disfraces de los personajes: un pequeño carnaval de máscaras tratando de decir la obra en castellano. No llega a la audacia del tratamiento a Cervantes, que quedó materialmente destrozado, pero tampoco consigue que el verbo de Shakespeare entretenga: se queda mas acá.
El valor de llevar al Shakespeare al castellano de hoy es ya una cosa bastante difícil de hacer. Lo digo porque el autor -imagino- no diría tantas banalidades como se dicen en esta obra en nuestro idioma. La puesta en escena es espectacular y fría porque la historia se desarrolla en una isla. Los actores en grupo naufragan. Ramón Barea salva los papeles por su larguísimo y complicado texto, aunque a veces mira al infinito pensando angustiadamente los próximos diez minutos de monólogo que le quedan por interpretar, ademas de la visión nocturna que debe llevar ya que casi se asoma hasta el patio de butacas. Pero la historia no llega hasta ahí abajo, se queda entres las tablas. Su hora y 50 minutos en ocasiones se hace muy dura.
Me pregunto qué pasa con Shakespeare en castellano. La versión fallida que vimos este verano con Eusebio Poncela - actor principal- en Hamlet fue un aviso para navegantes deseosos de afrontar retos tan complicados. Ya lo dice el maestro Haro Teglen es difícil subir las ambiciones al escenario. Si la vida es sueño, y estamos hechos de la misma materia que los sueños, la vida que representa la compañía UR teatro Antzerkia, es una pesadilla.
No hay sensaciones, no hay transmisión. No nos introduce en su mundo, nos deja en las butacas languideciendo. La dirección en algunos pasajes de la obra de esta versión es mala. Hay escenas gratuitas y chabacanas. El momento del trío de frikis intentando llegar al poder es increíblemente larga y esta torpemente dirigida, en este caso en exceso. El texto no es actual ni clásico, es un popurrí que los actores solventan como pueden. La dirección escénica en ocasiones falta, la soledad de los náufragos los convierte en una reunión de personajes perdidos en el escenario. Se mueven y recitan.
Hagan una prueba, pueden cerrar los ojos, escuchar las actuaciones y cuando los vuelvan abrir los actores estarán en el mismo sitio, luchando con su texto. Una buena oportunidad para conocer al autor inglés, otra más para alejarnos del teatro.
El esfuerzo que hacen los actores es titánico y más aún con ese capricho de programar dos funciones en una tarde. Es inhumano, el actor es un artista no un prestidigitador .
No se qué pasa con Shakespeare en castellano pero nadie acierta a transmitir lo que lleva dentro. Pobres Calderón, Cervantes y Lope en inglés. Sólo recuerdo un "Otelo" en un Verano de la Villa en el Templo de Debód en Madrid, estupendo, pero de esto ya hace años.
Intentaremos reconciliarnos con el autor inglés en otro momento. Esta Tempestad ha sido fallida.
Por Nacho Fernández.
'La tempestad' CRÍTICA: Mas acá de Shakespeare
EDUARDO HARO TECGLEN
EL PAÍS - Espectáculos - 02-03-2005
La tempestad de William Shakespeare. Intérpretes: Álex Angulo, Ramón Barea, Jorge Basanta, Jesús Berenguer, Jacobo Dicenta, Jorge Muñoz, Vicente Díez, Mikel Losada, Concha Milla, Pietro Olivera, José Tomé, Fernando Ustarroz. Escenografía y vestuario: José Tomé. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Sonido: Eduardo Vasco. Versión y dirección: Helena Pimenta. Teatro Albéniz. Madrid.
Shakespeare fue el autor absoluto de teatro: prosista como poeta, ideólogo, creador de personajes, irónico, inventor de situaciones. Cada una de sus obras está completa, y tiene naturalmente defectos que podrían hallarse por debajo de sus textos. Es costumbre desde el siglo pasado que los grandes textos puedan estar sometidos a formas de ser representados, como los de cualquiera de los grandes. Se habla de "lecturas": cada obra puede tener diferentes lecturas, se decía entonces; ahora, además, es prácticamente habitual que la lectura que hace alguien se represente con preferencia al texto completo, pero conservando todo o parte de lo escrito. Decorados, trajes, movimientos, tópicos actuales, maneras de decir, desbordan lo que concibió el autor: pero se conserva el título y el glorioso nombre como garantía y como atracción para el público y generalmente para los escolares, que si no leen o ven otra versión tendrán una idea equivocada de ese fragmento de historia literaria. Helena Pimenta, directora de escena muy acreditada, que ha hecho grandes creaciones, acaba de tratar así a Cervantes, en La entretenida, por la Compañía Nacional de Teatro Clásico, y ahora en La tempestad, en el teatro Albéniz de la Comunidad de Madrid.
No culpo a esta grata persona del desvarío que hay en estas obras, sino a esa costumbre y al amparo que suele recibir en nombre de una cierta libertad de apreciación; simplemente lo advierto a los espectadores posibles: el texto abreviado es poco comprensible porque se ha cuidado menos la declamación que los efectos visuales, y éstos consisten sobre todo en disfraces de los personajes: un pequeño carnaval de máscaras tratando de decir la obra en castellano. No llega a la audacia del tratamiento a Cervantes, que quedó materialmente destrozado, pero tampoco consigue que el verbo de Shakespeare entretenga: se queda mas acá.
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Anónimo -
E.