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Ángeles irrisorios de Clandestino Menéndez

Ángeles irrisorios   de Clandestino Menéndez Crítica acompasada de la novela "Ángeles y demonios" de Dan Brown

«¡Que no quiero verlo!», decía yo, como Federico García Lorca ante el cadáver de Ignacio Sánchez Mejías, «¡que no quiero verlo!», cuando me pusieron delante el último bestseller de Dan Brown, el celebérrimo autor del celeberrísimo Código Da Vinci. Á ngeles y demonios se llama esta nueva obra del norteamericano, ante la cual retrocedía yo espantado, como un vampiro a la vista de un crucifijo o un jurado del Planeta frente a un amago de honradez, por más que los compañeros me insistieran en mi deber y mi responsabilidad como crítico. Al final no tuve más remedio que avenirme a comentar este nuevo libraco danbroniense, aunque no sin antes obligar a mis jefes a que me suscribieran un seguro de vida, para dejar a mi familia un mediano pasar en caso de que me sucediera, como barruntaba, algo durante la lectura. Qué sé yo... algún tópico atroz, alguna situación descabellada o algún diálogo horrendo que me provocara un síncope. Porque en estos thrillers de moda uno siente, ciertamente, que el peligro acecha detrás de cada página.

Con toda la caución posible vamos, pues, allá. En la pág. 21 nos llevamos ya el primer susto: allí esta aguardándonos Robert Langdon (¿por qué será que a mí este nombre me suena tan ridículo?), el protagonista de El código Da Vinci . Se trata, ya dijimos entonces, de un personaje de excelente factura, muy bien construido... dentro de lo que entiende Dan Brown por factura y construcción. Léase: es un personaje muy guapo y muy bien vestido, con cuerpo de atleta, bello y apuesto... «poseía lo que sus colegas femeninas denominaban un “atractivo erudito”», porque el tipo es catedrático de Simbología Religiosa en Harvard. Respecto a su dimensión psicológica, sus principales preocupaciones intelectuales y vitales parecen ser, por este orden, hacerse una limpieza dental al menos una vez al año y usar fijador de pelo efecto mojado, que le favorece bastante.

Mientras tan apolíneo personaje practica sus cincuenta largos diarios en la piscina de la universidad para mantener el tipito, en la otra parte del globo dos personajes enigmáticos se encuentran ( pág. 25 ) en una estancia sombría y mantienen este lacónico diálogo: «¿Tuvo éxito?»; «Sí. Todo salió a la perfección»; «¿Tiene lo que le había pedido?». Y se intercambian un objeto misterioso. «Buen trabajo. Esta noche cambiaremos el mundo». Y se va cada uno por su lado.

Aquí ciertamente le entra a uno el pavor; no porque los malos quieran cargarse el mundo, que, al fin y al cabo, al precio que está todo, casi mejor, sino al ver con qué toscas escenas, atmósferas pueriles y diálogos que avergonzarían a un párvulo se llega a la fama y al bestsellerato en casi todos los países del mundo. Es verdad que siempre ha habido literatura rápida y fácil para el consumo diario, pero nunca como hoy se había recurrido de forma tan cruda a lo simplón, en su doble acepción de sencillo e idiota.

Ajeno a esta conjura malévola, Robert Langdon se está mirando, de perfil ante un espejo, los abdominales cuando de pronto recibe una llamada telefónica, también muy enigmática, en la que se le insta a ir al aeropuerto ( pág, 27 ), donde le aguarda un avión muy raro de ultimísima generación para llevarle a Ginebra. Alli necesitan, al parecer urgentemente, de su cerebro privilegiado. De su mente preclara. «Ah, Ginebra, estado de Nueva York», dice Langdon mientras se abrocha el cinturón. «No, Ginebra, Suiza», le replica el piloto. Pues eso, que necesitan de su cerebro.

En lo que Langdón cruza el charco a una velocidad de Mach quince que a punto está de estropearle la máscara facial, Dan Brown, en un hábil ejercicio literario, aprovecha ( pág. 30 ) para presentarnos —con mucho misterio, de más está decirlo— a uno de los dos malos de la novela. Se trata de un asesino, pero asesino asesino, eh, asesino de la muerte. Cómo será de asesino que se trata, ni más ni menos, que de uno de aquellos fumados seguidores del Viejo de la Montaña, los “hassasin” que tan célebres fueron en el siglo XI. El tipo es el único superviviente de la hermandad y es por eso que, además de asesino, tiene un cabreo...

Pero ya ( pág. 33 ) ha llegado Langdon a Suiza. Reconoce el país helvético porque al bajar del avión «contempló el valle de un verde frondoso que se alzaba hasta los picos nevados que los rodeaban». También había muchas vacas con grandes cencerros, gente en pantalones cortos que comía chocolate y de fondo sonaba un reloj de cuco... Con sus descripciones tan vívidas, coloristas, y por supuesto alejadas de tópicos, Dan Brown parece trasladarnos físicamente allí.

En concreto ha llegado a un laboratorio de investigaciones nucleares cuyo director sale en persona a recibirle. Se trata de un hombre que va en silla de ruedas motorizada y es amigo de mantener las distancias. Y cuando Dan Brown dice “mantener las distancias” se refiere a que al director del laboratorio le gusta ir unos metros por delante del visitante; y si éste acelera, el otro corre aún más. Esto es verídico y está en la pág. 37.

Van recorriendo así el amplio laboratorio «ultramoderno» por donde «un puñado de científicos se movía de un lado para otro» (así, con este arte, describe Dan Brown el lugar y la actividad). Algunos hay, sin embargo, entre ellos «dos hippies melenudos», que en vez de a la investigación están dedicados a lanzarse un fresbee, o platillo volador. En un determinado momento ( pág. 44 , se estaba viendo venir), el fresbee se les escapa y nuestro protagonista, ágil y de espíritu juvenil, lo recoge y se lo devuelve en grácil parábola. «Le felicito —le dice el director—; acaba de lanzarle el frisbee al ganador del Premio Nobel Georges Charpak». «Hoy es mi día de suerte», piensa Langdon.

A propósito de esto, tengo delante un pequeño reportaje sobre Dan Brown que publicó el diario “El Mundo” en agosto del año pasado con motivo del lanzamiento de este Ángeles y demonios . Extraigo una frase de dicho reportaje; es de su agente literaria: «Brown es tan inteligente como el personaje que él mismo ha creado».

Ya esta a la venta el libro "Cuadernos Críticos" de Clandestino Menéndez, una recopilación de todas sus reseñas con prólogo de Montero Glez. Escríbenos para que enviarte el libro a casa. Precio 12'50 euros para España gastos de envíos inlcuidos. Este libro sólo se puede adquirir en Literaturas.com no distribuimos a librerias. Solicitalo en dio@literaturas.com

1 comentario

karonlains -

la verdad hace poco estaba reunida con mis compañeros de la Nacional de Colombia en una acalorada discusion acerca de que se deberia hacer con el Dan Brown, mis compañeros de literatura (un poco ortodoxos ellos, ya sabes, le gustan los libros con frases coherentes, ambientes ricos y tramas edificantes) opinaban que al autor del codigo debian arrancarle los ojos y cortales las manos para asegurarse de que nunca mas escribiera. Mi compañero de psicologia asentia y agregaba que ademas habrian de sellarle la boca, no fuera que se le ocurriera dictar.
a mi, mas humanitaria y menos sanguinaria, solo se me ocurrio envenenarlo, pero hacerlo de la manera mas descarada y pueril posible, no fuera que a los periodicos les diera por decir que el asesino era algun mason que queria vengar el insulto de Brown al publicar los secretos inexcrutables de sectas tan sagradas como los ilumitati, y asi se lograría que, de pesimo escritor con buenos contactos, pasara a Martir de la literatura universal (horror).
pues bien, hoy despues de un dia de leer su critica nos parece acertada, correcta y ademas muy bien escrita, si autores de titerillo como Dan Brown leyeran a criticos como usted les daria hasta verguenza escribir y se ruborizarian al pasar por una libreria que exibiera tan nefastos textos. Pues bien señor lo felicito, ha resumido el sentir de cinco estudiantes de la Nacional y ha evitado un asesinato inminente en este mundo atestado por el horror, y aunque le confieso que me lo imagino como un viejo de calva, gruñon, tabaco y escupitajo. me alegra tener contacto cona alguien como usted...